Desde hace tiempo es objeto de análisis el papel que la dieta puede tener sobre los síntomas asociados a la Esclerosis Múltiple. Sin embargo hay pocos estudios que se hayan llevado acabo para objetivarlo. Ahora un grupo de investigadores ha intentado evaluar los beneficios sobre la fatiga de una dieta pensada para reducir el impacto inflamatorio.
La fatiga es uno de los síntomas más comunes de la Esclerosis Múltiple (EM). Aunque su causa no se ha identificado claramente, algunos estudios han demostrado el papel de las citocinas inflamatorias como uno de sus factores desencadenantes. Considerando que algunas intervenciones dietéticas pueden influir sobre el control del proceso inflamatorio y el estrés oxidativo, no resulta extraño que se haya objetivado que una dieta más saludable con más frutas, verduras, granos integrales, productos lácteos bajos en grasa y menos azúcar y carne procesada tenga una relación inversa con la discapacidad, la fatiga y las tasas de recaída. A pesar de ello, los estudios realizados con intervenciones dietéticas buscando estos objetivos han tenido, hasta la fecha, resultados dispares y no se han podido identificar dietas específicas para pacientes con EM.
Con estos antecedentes, un grupo de investigadores iraníes han llevado a cabo un estudio sobre 100 personas con Esclerosis Múltiple, a los que se dividió en dos grupos; a uno de ellos se les indicó seguir una dieta pensada específicamente para reducir el proceso inflamatorio, y el otro recibió consejos genéricos para realizar una alimentación saludable. El resultado de la aplicación de estas medidas se valoró a las 12 semanas midiendo el nivel de fatiga, la calidad de vida y analizando la evolución de algunas sustancias inflamatorias en sangre.
Las características de la llamada «dieta anti-inflamatoria» se determinaron para cada persona. Su elaboración tuvo en cuenta el principio de intentar mantener el peso corporal inicial, distribuyendo las calorías de forma que el 55% fuera en forma de carbohidratos, un 15% de proteínas y un 30% de grasas. En la dieta se incluyeron cantidades abundantes de verduras y frutas. Se aconsejó la sustitución del arroz y pan blancos por integrales, y los productos lácteos altos en grasa con productos probióticos bajos en grasa. La dieta también recomendaba legumbres, el uso de grasas saludables, como el aceite de oliva (aceite de oliva virgen extra), frutos secos como la nuez y la almendra y las semillas como el lino, calabaza de sésamo. Adicionalmente se recomendaron en grandes cantidades especias como el jengibre, la canela y la cúrcuma, el té blanco o verde, y cantidades moderadas de chocolate negro. Como fuentes de proteínas se incluían las aves de corral magras y el pescado, limitando el consumo de carne roja y huevos a una o dos veces por semana. Las recomendaciones incluían evitar los carbohidratos refinados y los productos que contienen sacarosa como pasteles, galletas, azúcar de mesa, alimentos procesados, comida rápida, alimentos fritos y grasas animales.
Los resultados a las doce semanas mostraron una mejora significativa en la evaluación de la fatiga, así como en los componentes físicos y mentale de la calidad de vida en el grupo de dieta en comparación con el grupo de control. Sin embargo, el impacto sobre las citocinas inflamatorias no arrojó resultados concluyentes, con efecto positivo únicamente sobre los niveles de interleukina-4.
Los autores concluyen reafirmando el impacto positivo de la modificación de la dieta sobre síntomas con alto impacto en la enfermedad y vinculadas a la inflamación como la fatiga y algunos aspectos de la calidad de vida, a pesar de reconocer la necesidad de continuar investigando en esta dirección para terminar de cuantificar y valorar el beneficio de este tipo de intervenciones.